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La belleza del rostro es frágil, es una flor pasajera, pero la belleza del alma es firme y verdadera. Aunque deslumbra con su frescura y encanto, el paso del tiempo inevitablemente la marchita, es un brillo momentáneo que tarde o temprano se trasforma. En cambio, la belleza del alma es eterna y permanece, no depende de apariencias ni circunstancias para trascender o dejar huella.