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Dios conoce todo de ti, así que no hay razón para ocultarle nada. Él sabe exactamente lo que sientes y piensas, así que no trates ni siquiera de engañarle, ábrele totalmente tu corazón y cuéntale tus pensamientos; háblale sobre aquello que te atormenta y sobre lo que te motiva, conversa como lo harías con un gran amigo y padre que es para ti.