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A mi el enojo me dura poco, pero la decepción nunca se va. No me gusta retener lo que me molesta, prefiero soltarlo para que no se me instale el alma y termine por cambiarme la forma en que veo a las personas. El enojo se va con una charla sincera, con el tiempo o con un respiro muy profundo. Pero la decepción rompe por completo mi confianza, deja huellas difíciles de sanar; no guardo rencor pero si aprendo la lección y después de decepcionarme, jamás vuelvo a mirar de igual manera a quien me falló.