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Sanar duele, pero aprendes que el dolor no es el final, sino el comienzo de nuevas experiencias, porque te obligas a mirar de frente lo que evitabas y a soltar lo que tanto te pesaba para así reconstruirte. Te muestra cuan fuerte eres, te da la oportunidad de crecer mientras sanas por completo tus heridas sin que nada te tiente a vivir en ellas.