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Hay heridas que cicatrizan sólo al llegar la soledad. Ella provoca que miremos hacia nuestro interior, invitándonos a confrontar esas emociones que quizás hemos estado reprimiendo, creando un espacio donde podemos pensar, sentir y llorar sin ser juzgados; es un momento para la introspección y para sanar, para renacer un poco más sabios y más fuertes.