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Para hablar con Dios, no necesitas un discurso perfecto, sólo un corazón dispuesto. Porque Él no espera palabras elaboradas ni frases llenas de formalidad; basta con que le hables desde lo más profundo y le cuentes lo que temes, lo que sientes y lo que anhelas, porque te entiende incluso en tus silencios y actitudes. No se trata de saber orar, sino de que abras tu corazón y permitas que tu alma hable por ti con humildad y sinceridad. Confía que Dios te responderá a través de su obra.