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No dejes de hablar con Dios esta noche, Él siempre te escucha. No importa si no encuentras las palabras o si el llanto se oye más alto que tu voz, Dios entiende incluso los silencios. Hablar con Él no es sólo pedir, también es agradecer, confiar y entregarle nuestros logros. Cuando el día termina el cansancio pesa, entonces podemos dialogar y encontrar un refugio de tranquilidad, donde no se nos juzgará. No necesitas un discurso perfecto, sólo un corazón dispuesto.