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Hablar de Dios siempre es bueno, pero hablar con Dios es mejor. Porque cuando hablas de Él, compartes su amor con los demás, pero cuando hablas con Él, llenas tu alma de su presencia, en esa conversación íntima y sincera donde no hacen falta las palabras perfectas, sólo basta tu corazón dispuesto a abrirse a agradecer y confiar. Hablar con Dios es cerrar los ojos para sentirse en paz, para encontrar respuestas en el mismo momento que el alma se tranquiliza. Así que hablar de Dios ilumina, pero hablar con Él transforma y fortalece.